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Zazen en un hospital, artículo sobre la experiencia de la meditación con enfermos oncológicos y familiares

01-01-20

En el número 50 de la revista Sangha, que publica la Association Zen Internationale, se ha publicado un artículo de Laura Berenguer que forma parte del Centro Zen Barcelona.

Os dejamos aquí la traducción al español:

«Durante dos años el Centro zen de Barcelona ha animado sesiones regulares de zazen en el Instituto Oncológico de Cataluña. La experiencia sigue para mayor alegría de participantes, pacientes y profesionales.
Otoño del 2017. Asamblea en el Centro Zen Barcelona. En la reunión se debaten muchos temas. Temas nuevos y también temas recurrentes: ¿Cómo dar a conocer nuestra práctica? ¿Cómo integrarnos mejor en la sociedad? ¿Cómo abrir el dojo al barrio? El nuevo dojo. Blanco, luminoso, luz que parece llegar a través de un papel de arroz. Entrar con el pie izquierdo y el espíritu se calma. El barrio nuevo. Alejado del centro, en un barrio periférico. Arquitectura de los años 60. Edificios sin gracia.

Gil, que trabaja en el ICO (Instituto Oncológico de Cataluña), centro público de referencia para el tratamiento del cáncer, propone la posibilidad de llevar nuestra práctica al hospital. De pronto, algo que habíamos hablado innumerables veces, se presenta factible. De una forma sencilla y simple. ¿Es posible?
Sí. Es posible y nos ponemos en marcha. Primeros contactos de Pedro, el responsable, y José Carlos, el médico, con los responsables del hospital. Gente cálida y afectuosa. Se prepara la infraestructura: se necesitan zafus – compran zafus- y ponen a disposición un espacio tranquilo donde practicar. Acordamos la manera de realizar el proyecto: Ofreceremos
talleres de 5 sesiones – una sesión por semana – para todos los que quieran practicar con nosotros: enfermos, familiares, acompañantes. De 12:00 a 13:30, cada jueves. Y durante la última media hora, de 13:30 a 14:00, ofreceremos una sesión abierta, para los profesionales del centro: médicos, enfermeras, personal de la administración. Acabada la quinta semana empezará un nuevo taller y así sucesivamente, hasta cubrir todo el año. Al final de año nos encontraremos de nuevo y valoraremos juntos la experiencia.


El proyecto dinamiza la atmósfera del dojo. ¿Quién quiere participar? Muchos se apuntan. Se organizan 7 talleres, con dos responsables para cada uno: monjas y monjes antiguos (Pedro, Ramón, Ana, José Carlos, Antonia, Juan, Jordi,) monjas más jóvenes (Laura) y otros practicantes que colaboran con entusiasmo (Elvira).
Y empieza el proyecto. El hospital: un edificio enorme en las afueras de la ciudad. En la página web leo: “/…/más de 3.200 altas anuales, 16.000 primeras visitas, 42.000 sesiones de hospital de día”. Abruman las cifras y el volumen.
Elaboramos un protocolo: Bienvenida, presentación de los responsables, introducción a la práctica, espacio para que los participantes se presenten, explicación de la postura, el respirar, la conciencia del cuerpo. Encontrar la intimidad en el silencio. No querer apagar el fuego con el fuego, dejar pasar, dar la oportunidad de que la vida cotidiana se impregne de esta práctica, concentración.
El número de asistentes varía. Entre 5 y 10 personas. Se les pide el compromiso de asistir a las cinco sesiones del taller. Se les propone tareas: encontrar un tiempo durante la semana, para concentrarse, para realizar una actividad de manera atenta, en la cocina, en el trabajo.
A las 13:30h acaba el taller y se incorpora a la sesión abierta el personal del hospital. Vienen regularmente, se sientan en un zafu y practican. 30 minutos de zazen. Campana. Fin de zazen y gasshô.

No nos conocemos, pero se crea complicidad, simpatía. Algo cercano se
establece. Sin buscarlo. Sin autoría. Nos despedimos, contentos, hasta la semana próxima. Y así pasa el primer año. Como una flecha.

Antes del verano hacemos balance con los responsables del hospital. Experiencia buena para todos. Nos piden continuidad y de este modo organizamos un segundo año. En octubre 2019 empezamos el tercero.

Antes del taller en el que yo participo, nerviosismo. Memorizo y anoto muchos puntos del protocolo. Nunca he tenido una experiencia tan directa con enfermos críticos, con un hospital. El grupo está formado por 4 mujeres y un hombre, el compañero de una de ellas, también enfermo de cáncer. ¿Cómo hacer? ¿Cómo expresar algo tan íntimo y tan difícil de verbalizar? Me vienen a la cabeza mil cosas. Los kusen de mi maestro. Coger simplemente la mano a alguien. Estar, simplemente, acompañar. La historia de Ryokan con el hijo de su primo, que va por mal camino, al que Ryokan le pide que le ayude a abrocharse las sandalias, y la lágrima de Ryokan que moja la mano del joven, lo que le conmueve hasta lo más profundo. Aquello que se dice y aquello que no se dice, una forma especial de sacralidad, que permite mirar desde otra perspectiva la propia vida. Encontrar el gesto de confianza. Poco a poco la confianza se establece en el grupo. Buen ambiente. Nada rígido, y muy poco triste.

Así, nos vamos encontrando, semana tras semana. El último día hablamos de los sutras. Traigo varios ejemplares del libro de sutras del dojo y tienen curiosidad por comentarlo. Me viene a la memoria el momento de morir de mi madre, cuando, de forma espontánea, sentí el deseo profundo de cantar el Hannya Shingyo. No tengo claro cómo reaccionará el grupo a los textos. Pienso que, quizá, no es lo más adecuado, pero tienen curiosidad y cantamos. El Daihishin Dharani, el Sutra de la Gran Compasión. Fluye. El ritmo, las voces, la respiración. El profundo silencio del final. Conmueve. Nos despedimos. Los ojos brillan. Algo nos ha tocado el alma.


Algunas semanas más tarde, José Carlos, que coordina la organización de los talleres, envía un texto, que, en cierto modo, hace eco a aquello que estamos viviendo en las sesiones. Es un texto hermoso de Shundo Aoyama, que habla de los ciruelos: Las flores del ciruelo son aún más bellas cuando las ramas están cubiertas de nieve. Su fragancia perfuma el cielo invernal. /…/Armonizada con la nieve, la rama florida del ciruelo desprende su perfume.”
Con todo el deseo de que el perfume del ciruelo nos siga acompañando en esta aventura».

Laura Berenguer
Monja Zen, Centro Zen de Barcelona