“Vivir en un monasterio, diez o quince años, observar las heladas, las floraciones, observar las estaciones, ir y venir. Seguir la vía toda la vida, sin hablar, nadie dirá jamás que sois mudos.”
Es un pequeño texto del maestro Joshu.
Estas palabras reflejan el sentido profundo de nuestra práctica durante estos días en la Gendronnière. La práctica que continua, se realiza aquí y ahora en cada momento.
Es nuestra vida que florece de nuevo.
“Vivir en un monasterio, diez o quince años, observar las heladas, las floraciones, observar las estaciones, ir y venir. Seguir la vía toda la vida sin hablar, nadie dirá jamás que sois mudos.”
La determinación de seguir la vía, de ser seres completos, de realizar nuestra dignidad más alta como seres humanos, podemos realizarla hoy, aquí y construir un monasterio en lo más profundo de nosotros mismos. Esto significa “Gyoji”, la práctica que continúa. Un paso tras otro paso, un día tras otro día. Observad las heladas o las floraciones, observad las estaciones, ir y venir, seguir la vía toda la vida, sin hablar, nadie dirá jamás que sois mudos por permanecer sentados en zazen.
Un monje le pregunto un día al maestro Ummon:
¿Qué pasa cuando las hojas caen y el árbol se desnuda?
El maestro Ummon respondió:
El cuerpo manifiesta el viento precioso.
Es una bella imagen de la práctica de zazen, de la práctica de la sesshin.
Cuando dejamos caer todas nuestras identificaciones, nuestras opiniones, nuestras emociones, cuando dejamos de perseguir o de rechazar, “cuando las hojas caen y el árbol se desnuda, el cuerpo manifiesta el viento precioso.”
Nuestra práctica de zazen consiste básicamente en dejar de impedir que el viento se manifieste. Nuestra práctica de zazen, la práctica de la sesshin, es abandonar cuerpo y espíritu instante tras instante y volvernos ligeros como el viento precioso.
Cuando las hojas caen y el árbol se desnuda, nuestro verdadero espíritu se manifiesta. El aire fresco y precioso lo penetra todo. Al dojo zen se le llamaba tradicionalmente “el bosque de los árboles secos”, porque cuando las hojas caen y el árbol se desnuda, el cuerpo manifiesta su forma ancestral.
¿Qué pasa cuando las hojas caen y el árbol se desnuda?
Ummon responde:
El cuerpo manifiesta el viento precioso.
Sin duda, es más fácil que caigan las hojas cuando llega el otoño, antes que nuestros apegos y obsesiones. Que nuestra avidez, por ejemplo, o nuestros miedos profundos e irracionales, o las múltiples manifestaciones de nuestro karma y de nuestros actos.
Pero la práctica de la vía, nuestra práctica de zazen, nos enseña a cortar este karma de manera inmediata, a morir en este mismo instante y a nacer en este mismo instante. Así pues, cuando las hojas caen y el árbol se desnuda, el cuerpo manifiesta el viento precioso.
A través de nuestra práctica de zazen, naturalmente, inconscientemente, automáticamente, podemos observar nuestros apegos e ilusiones y dejarlas caer. Dejar que las hojas caigan y que el árbol se desnude, es morir y nacer en este mismo instante.
Este viento precioso que se manifiesta siempre ha estado ahí, es la parte luminosa y profunda de nuestro propio ser. Tradicionalmente la llamamos nuestra naturaleza de Buda. La vida de un humano necesita actualizar esta naturaleza propia y desplegarla.
Dejar que se manifieste…
Zazen consiste en dejar de poner barreras al viento. Dejar caer…
¿Qué pasa cuando las hojas caen y el árbol se desnuda?
Le pregunta el monje al maestro Ummon.
El viento manifiesta el viento precioso.
Con otras palabras, Dogen dice:
“Los practicantes deben abandonar cuerpo y espíritu en el tesoro de la luz. Liberad y pacificad el cuerpo entero en la luz de Buda. Sentándose, estando sentado, acostado, tumbado y caminando en esta luz.”
A menudo menciono que debemos volver a zazen en todas nuestras acciones cotidianas. Evidentemente no significa que debamos sentarnos cuando debemos correr o callarnos cuando debemos hablar, significa que debemos volver continuamente a la observación y concentración profunda sobre nuestro cuerpo y nuestra mente, con una actitud de indagación y desprendimiento. Volver a zazen.
Abandonar cuerpo y espíritu en el tesoro de la luz. No perder de vista la dirección que nos lleva hacia el interior de nosotros mismos, sobretodo cuando estamos actuando hacia el exterior.
“Si no, dice Dogen, si permanecéis incapaces de escrutar la verdad de vuestros propios ojos, aunque os rapéis la cabeza y llevéis la ropa negra, no seréis más que lamentables criaturas humanas.”
Abandonar cuerpo y espíritu en el tesoro de la luz, pacificar el cuerpo entero en la luz de Buda, ante cualquier circunstancia y cualquier postura, es dejar que las hojas caigan y el árbol se desnude. Solo así el cuerpo manifiesta el viento precioso de su naturaleza original.
“SHIN JIN DATSU RAKU” abandonar cuerpo y espíritu en un instante.
En la sesshin, en la vida del templo, las palabras se vuelven acción, podemos hacerlas reales a cada momento, podemos conocer lo que es el desprendimiento, con cada célula de nuestro cuerpo. Volver a zazen es volver a ese instante en que todo puede nacer de nuevo. Escrutar la verdad de nuestros propios ojos, como dice Dogen, es devenir íntimos, profundamente íntimos con nuestro propio ser. Aunque no podamos comprenderlo con la mente, el cielo y la tierra se unen a través de nuestro cuerpo. Entonces nuestro cuerpo manifiesta el viento precioso.
Quiero traer en este aniversario de la muerte de Étienne Mokusho Zeisler, unas palabras suyas, son unas notas sin importancia. No es un kusen, son unas notas que hace unos meses una amiga suya y mía me envió.
“En la familia del zen, los colores de la primavera alcanzan su apogeo.
Sobre la vía única, frecuentado por el musgo, los visitantes son raros.
No hay más que el canto del cuco que habla de detalles sin importancia.
En la noche profunda, mi verdadero ser se funde en la montaña vacía.
El despertar supremo no puede ser expresado por palabras, sin embargo, todos los discípulos necesitan escuchar su voz.
Sentarse delante del muro y corregir la postura.
Siempre dispuesto, siempre sobrio, siempre ordinario,
así es el perfume delicado de la vía del zen, es así.
Buda no enseña más que cosas sin importancia.“
Delicado y sutil, como el aroma delicioso de los tilos delante del dojo, como el silencio de los monjes en zazen o el rumor del viento precioso que aparece por todos los rincones. Todos los discípulos necesitan escuchar su voz, aunque el despertar supremo no pueda ser expresado con palabras.
La música del canto del despertar silencioso lo penetra todo, lo envuelve todo. Mokusho, la iluminación silenciosa.
Aunque no abráis la boca, nadie dirá jamás que sois mudos.